Compartimos este cuento del reconocido artista plástico y escritor venezolano, Fredy Ramón Pacheco y agradecemos su colaboración permanente con la Revista Antípoda. Entendemos que su participación como escritor y corresponsal nos ayuda en el trabajo diario y además sus reconocimientos nos sirven para poder difundir a otros artistas incipientes en el resto de América Latina.
ANTES DE LA CIRUGÍA
Era una mujer hermosa, de esas rubricadas por el mundano cliché: “llena de vida y lo tiene todo por delante”. Frases compactas que traducían la observación primitiva, de toda especie viva: Comestible. “Todo por delante” era por supuesto referido al futuro merecido y “llena” era sujeto apto para el placentero fin del deleite sexual.
La víspera de ser operada, ella misma se consoló afirmando “Todo va a salir bien”. Esas frases en su lacónica expresión y definitivo conformismo me hicieron pensar y recrear la yuxtaposición de dos actos consensuados que podrían tener dos desenlaces posibles: Que el bisturí del doctorado carnicero la abriera, y que todos los órganos que le sacaran, saldrían “bien”. Pensé que el galeno de la familia, el doctor Torcuato Céspedes, hombre recto, imponderable, acucioso en todas sus intervenciones; enamorado de Olivia Stereo desde que cumplió (ella) los quince años, y la llevaron a su consultorio para tratarle un desarreglo hormonal, eminentemente ginecológico (Entonces Torcuato tenía veinticinco y uno salido de la escuela de medicina); y le hizo entonces el tacto más angustioso y escalofriante que jamás había hecho a una mujer; puesto que Torcuato, tartamudo congénito, feo y cegato, desarrolló un síndrome excepcional de timidez y jamás acarició a una mujer como esa tarde que rozó las manos de Olivita. El sentido del tacto para Torcuato tuvo una dimensión Divina a partir de ese instante en que le mostró sus partes buenas a la hermosa Olivia, en aquellos tiempos con más llenura de vida y mucho más futuro por delante.
Hoy, con una veintena de años menos de llenura y porvenir, Olivia yacía en la cama de operaciones, esperando que la anestesia hiciera su efecto sedante, mientras Torcuato Céspedes, bisturí en mano apuntaba a su corazón (de ella). Olivia sin dormirse aún atisbaba una sonrisa perversa de Torcuato dentro de la mascarilla, que hacía juego con los ojillos siniestros detrás de los culo `e botella ensartados en las grandes orejas que se escapaban de su desproporcionada cabeza. Torcuato se impacientaba y la mano empuñando el bisturí comenzaba a dar signos de temblor. Olivia advertía un final terrible y que ella no estaría conciente a la hora de ese desenlace, así que optó por bajar los párpados y adoptar una actitud relajada que simulara un sueño profundo. Torcuato, apenas con la señal de los párpados clavó el bisturí en el centro del corazón de Olivia, hizo un corte longitudinal hasta el bajo vientre y dos cortes transversales a los extremos de la primera línea. Unas cincuenta pinzas acudieron a sostener la piel desgarrada y casi una tonelada de algodón absorbió toda la sangre contenida en el cuerpo de la víctima. Ya seca Olivia, entreabrió los ojos para ver entre el follaje de sus largas pestañas, las travesuras de Torcuato; la voracidad infantil con que sacaba el corazón, esófago, estómago, páncreas, y los iba poniendo atrás en una mesita, emocionado como si hubiese descubierto un tesoro de chatarras de oro. Cada vez que sacaba una pieza, la movía cerca del oído como sonajera, la miraba alrededor, la besaba con ternura y murmuraba: esta salió bien. La mesita ya atiborrada de “todo lo que salía bien”, parecía a las pirámides que armaba Torcuato niño con sus legos. Los riñones eran grandes rocas a la entrada del castillo; el hígado y esófago una alfombra roja hasta la puerta, el vaso una hermosa fuente a un costado, en medio del jardín de rosas rojas y violetas rodeadas de un majestuoso follaje verdoso, ocre y amarillento. El estómago lo colocó en el patio interior como alberca al lado del corazón, según Torcuato en su imaginería mágica, para que allí jugaran los niños que tendrían cuando se casara con Olivia.
Las lámparas y el plafón comenzaron a vibrar de pronto y Torcuato advirtió que el piso comenzaba a moverse. Un temblor desde las tinieblas de las placas tectónicas anunciaba el derrumbe inevitable de su castillo. Las luces se apagaron y después de los gritos de impotencia del personal y el sobresaltado despertar a la realidad de Olivia, se escuchó un alentador comentario de Torcuato: “Todo salió bien…*
Olivia despertaba de la anestesia, con el susto en su expresión, tocando todas sus partes buenas, aún llenas; por delante el futuro estaba intacto, y su corazón comenzaba su concierto de Sístolediástoles en Re menor.
http://www.artepoetica.net/Freddy_Ramon.htm
http://www.palimpalem.com/8/grandespoetas/index.html?body98.html
http://www.antologiadegrandespoetas.com/index.html
http://www.artepoetica.net/Freddy_Ramon.pdf
http://www.simon-bolivar.org/Principal/bolivar/invoco_tu.html
http://freddyramonpacheco.artelista.com/
http://poetasdelmundo.com/america.php?id=108
http://poetasdelmundo.com/detalle-poetas.php?id=4327
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