lunes, 19 de agosto de 2013

HASTA CUANDO... por Liliana Falchini

La rutina.

Pasos cansinos: se afianzan a los músculos doloridos. Es mi andar el que esquiva una loza, la vereda rota, el charco marrón en el que se escurren jeroglíficos rostros desdibujados. Me detengo. Los busco. Nunca los encuentro.

Sigo mi camino. Nada nuevo.


Falta poco. Ante mí se agolpan alocados vehículos, siniestros mutantes que manejan sin límites. Miro las personas. Resaltan los surcos agrietados de sus caras. Han perdido la curva en la línea de sus labios. Ausentes las pupilas. Fijas las miradas.

Todos somos huecos espacios oscilantes, temerosos, cruzando la calle. Acomodo mi abrigo. Aflojo como puedo las fibras estropeadas de mis músculos que ceden a un odioso rictus de dolor. Un pincel en mi piel la pinta de ocre, y le da senilidad a mis párpados.

Ahora me toca fingir como todos los días.

Me visto con colores alegres que pedí prestados al viento. En el pasillo me encuentro con un niño que generoso me regala una sonrisa.

Por allá, entre la arboleda, se filtra un rayito de sol y me pega su energía. Una chica embarazada me recuerda la vida.

Y así, disfrazada de mí, empujo la puerta y dibujo una sonrisa que no es mía.

Camino muy segura.

Mis oídos atormentados se preparan para escuchar y resolver los más denigrantes, dolorosos, irracionales e incomprensibles problemas.

Me punza ese dolor que ya no quiero tener.

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